jueves, 4 de julio de 2013

El DDT y la mortífera campaña Ecologista


¿Mecenazgo altruista en la ciencia biomédica? 
La estrategia anti-malaria de la Fundación Rockefeller viene de lejos, de la mano de la gran industria agro-química y el estado norteamericano.
Hasta la llegada del DDT en los cuarenta, unos 200 millones de personas eran atacadas anualmente por la malaria y de ellas todos los años morían 2 millones. 
A comienzos de 1946, un programa de rociado a gran escala produjo una inmediata y dramática reducción de la enfermedad y propició que en 1955 la Asamblea Mundial de la Salud iniciara el programa de erradicación del paludismo a nivel mundial.
Ese programa tenía un gran promotor: la Fundación Rockefeller y dependía fundamentalmente de tratamientos con DDT."No es una “enfermedad tropical”, está ligada al expolio hegemonista"
A su vez, la Fundación Rockefeller impulsó la Revolución Verde junto a las grandes compañías agro-químicas para hacerse con la hegemonía del agro-negocio mundial. Dicha revolución se basó en la selección genética y la explotación intensiva de monocultivos basada en la utilización masiva de fertilizantes, pesticidas y herbicidas. La Fundación pagaba la investigación para el desarrollo de la ingeniería genética, de nuevas semillas híbridas para los mercados agrícolas en desarrollo que concentraría el control de la cadena alimentaria en manos de un puñado de grandes monopolios norteamericanos (DuPont, Monsanto) y  estableció la base para la ulterior revolución de la semilla transgénica. El uso de los organoclorados pasó rápidamente al terreno militar. La multinacional estadounidense Dow Chemical, por ejemplo, produjo el DDT, el Agente Naranja y los ingredientes del napalm usados en Vietnam.
Finalmente, su prohibición y sustitución por otro tipo de compuestos, los organofosforados, en los sesenta por el gobierno Nixon fue presentado como un triunfo de la protección del medioambiente y la salud. Cierto es que se trataba de sustancias, los organofosforados, que no se acumulan en el medio ambiente ni en el tejido graso de las personas como el DDT, pero precisamente su mayor toxicidad y su difícil detección les daba una ventaja como arma de guerra frente a la URSS. 
Hambre y enfermedad
Según los economistas, el África subsahariana podría ser casi un tercio más rica hoy si hubiera erradicado la enfermedad en los años sesenta. 
A costa de una alta toxicidad el DDT contribuyó al fin de la malaria en Estados Unidos en 1952 y en Europa en 1961, y se usó desaforadamente para multiplicar la productividad agrícola. 
El fin de la producción de DDT dejó desabastecidos y sin alternativa a los países del Tercer Mundo. 
En poco tiempo los mosquitos y la malaria reaparecieron en las zonas más pobres y murieron decenas de millones de personas, especialmente niños."Ni Rockefeller, ni Gates ni EEUU practican la ciencia humanitaria"
Por eso, el concepto de malaria como “enfermedad tropical” no tiene ningún sentido, es una enfermedad ligada al expolio hegemonista del Tercer Mundo, al que tanto ha contribuido la Fundación Rockefeller.
Allí  la resistencia del parásito a los antipalúdicos (quinina, cloroquina) ha ido creciendo con los años a la par que se han boicoteado medicamentos y vacunas no controladas por los grandes monopolios farmacéuticas, como la vacuna del profesoro Manuel Patarroyo cedida gratuitamente a la ONU. 
La OMS reconoce que la artemisa, planta usada ancestralmente en China, es una solución al paludismo, pero sólo autoriza que los médicos receten la versión de la multinacional Novartis-Syngenta a precios prohibitivos. 
Ya en 2002 se encuentran estudios en India que demuestran que con el extracto de una planta inofensiva (Spilantes Acmella), se puede obtener la eliminación al 100% de huevos y larvas del mosquito de la Malaria como alternativa al DDT. Aún así, treinta años después de su prohibición, la OMS volvió a permitir en 2006 el rociado interior de las viviendas y mosquiteras con DDT.
Los índices de malaria hoy superan los de los años 40; se calcula en unas 500 millones las personas expuestas en zonas endémicas (África, India, Asia Sur-Oriental y América del Sur) y se estima que anualmente causa dos millones y medio de muertes.
El tridente Monsanto-Fundación Rockefeller-Fundación Melinda-Bill Gates, mira por donde, es el mismo que están promoviendo y financiando una nueva revolución verde en África (AGRA) bajo la bandera de erradicar el hambre; eso sí, usando las semillas y pesticidas de Monsanto. África es el próximo objetivo de la campaña del gobierno de EEUU por extender los OGM a todo el mundo, patrocinando la formación de científicos africanos en EEUU, proyectos de bioseguridad financiados por la Agencia estadounidense de Desarrollo Internacional (USAID) y el Banco Mundial y la investigación sobre cultivos autóctonos. 
Países donde la malaria es endémica, como Sudáfrica o India, están en el corazón de las potencias emergentes. España debería sumarse a esta corriente de creación autónoma de riqueza y empleo participando de forma activa y autónoma en proyectos como el del científico colombiano Manuel Patarroyo que anuncia una vacuna barata contra la malaria para 2016, o tomando ejemplo de como el Tribunal supremo de la India ha dado la razón a su industria de genéricos frente al gigante farmacéutico Roche. Nuestra ciencia, nuestros extraordinarios científicos, no deben en modo alguno ser partícipes de los planes hegemonistas de EEUU de expolio sobre el Tercer Mundo. Ni Rockefeller, ni Gates ni EEUU practican la ciencia humanitaria.

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Hace exactamente 30 años, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés) prohibió el DDT, fortaleciendo así al movimiento ambiental mundial. Aunque muchos creen que los verdes son gente abnegada que trabaja sólo por el bien de los demás, sus campañas en América Latina y en Africa mantienen a la gente en la pobreza e impiden controlar las enfermedades.

Cuando en 1962 Rachel Carson escribió sobre el DDT en su libro La primavera silenciosa, su preocupación era sobre el posible impacto del insecticida en la gente y los animales. Ella alegaba que debilitaba la cáscara de los huevos de las aves y era un carcinógeno. La realidad es que se ha exagerado el impacto del DDT en la naturaleza y no es carcinógeno. Carson, ni los que han hecho campaña contra el DDT en todos estos años, mencionan sus inmensos beneficios al evitar las epidemias de malaria y demás enfermedades transmitidas por mosquitos.

En sus cruzadas, los ambientalistas jamás permiten que la verdad o la ciencia interfiera con sus alarmantes campañas. Los hechos suelen ser complicados y fastidiosos, pero cuando la información la presentan personajes famosos, los mensajes tienen que ser parcializados, simples y cortos. El mensaje suele ser que los químicos manufacturados por el hombre son peligrosos, innecesarios y deben ser totalmente prohibidos.

Eso suena muy bien en los prósperos suburbios de Estados Unidos, donde las amas de casa gastan el doble en comprar verduras orgánicas (en cuyo cultivo no se utilizan abonos químicos), pero para millones de habitantes de los trópicos expuestos al dengue y a la malaria, las materias químicas modernas y específicamente el DDT pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte. La dramática realidad es que la gente más pobre y más vulnerable del mundo está pagando con sus vidas por los programas ecoimperialistas contra el DDT.

El DDT permitió la erradicación de la malaria de casi toda Europa y de Estados Unidos y Canadá, pero el DDT sigue siendo parte esencial y necesaria de cualquier bien planeado plan de control de la malaria.

En Sudáfrica, el uso del DDT tuvo gran éxito desde fines de los años 40 hasta 1996, cuando fue eliminado por presiones y cabildeo de grupos ambientalistas. Seguidamente, ese país sufrió la peor epidemia de malaria de su historia. El número de enfermos se disparó un 1000 % en cuatro años y los hospitales no tenían suficientes camas.

El problema es que el mosquito anófeles, que transmite el parásito de la malaria, se volvió resistente a los otros insecticidas. Y el mosquito llamado anófeles funesto, el más eficiente transmisor de la enfermedad, regresó a Sudáfrica después de una ausencia de 40 años.

Felizmente, el ministerio de Sanidad re-introdujo el DDT para controlar la malaria en Sudáfrica y en el primer año el número de casos cayó en más de 80%. Muchos de los hospitales que no tenían camas disponibles hace 18 meses, hoy reciben muy pocos casos nuevos. Pero no se trata sólo de Sudáfrica, en Zambia lograron reducir los casos de malaria en 50% con la primera fumigación de DDT. Algo similar sucedió en Ecuador, mientras que la malaria aumenta en otros países latinoamericanos.

Los virus de dengue son transmitidos por el mosquito Aedes aegypti y desde la virtual desaparición del DDT han aumentado considerablemente las epidemias y el número de muertos en los países tropicales. Actualmente, en El Salvador se ha declarado un estado de emergencia sanitaria por el dengue.

Pero el movimiento ambientalista continúa su campaña para acabar totalmente con el DDT y está siendo apoyado por la Convención de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes de las Naciones Unidas (POP). La POP trata de eliminar la producción y el uso de 12 materias químicas. Felizmente permiten el uso del DDT por autoridades sanitarias, pero dificultan y encarecen su transferencia y almacenaje, cuando en el pasado el DDT salvó a millones de vidas, no sólo por su eficiencia, sino porque era muy barato.

Esto significa que los países pobres utilizan productos alternativos, mucho más caros y mucho menos eficaces. La mayoría de los químicos prohibidos no se usan en los países industrializados, pero siguen siendo esenciales para los subdesarrollados. Cambiando las normas ambientales, las naciones ricas reprimen el crecimiento de los países pobres.

Cuando se prohíbe el DDT, el impacto negativo en la salud es inmediato y evidente. Cuando se restringe o se prohíbe el uso de otros químicos, el impacto negativo en el bienestar es menos obvio, pero igualmente real.

Los verdes deben suspender sus campañas contra el DDT y permitir a los países en desarrollo que utilicen las tecnologías que más les convengan. Por su parte, el Senado de Estados Unidos debe rechazar la POP como un mal concebido ecoimperialismo que sólo beneficia a grupos de presión en los países industrializados.

© AIPE Richard Tren es director de la ONG África Contra la Malaria y Roger bate es director del International Policy Network.


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